Acuerdo de vida en Wirikuta

Allá en el rancho grande, San Luis Potosí ©Luis Aguilar 2014

Allá en el rancho grande, San Luis Potosí ©Luis Aguilar 2014

Wirikuta es la flor de la consciencia universal de
la vida, es el epicentro donde nacen los acuerdos
que renuevan el espíritu de todo lo creado.
Wirikuta es un espacio profundo repleto de
libros que contienen de cómo se originó el
mundo, los libros medicinales que sanan el
corazón y fortalecen el lazo que nos borda como
flores en una gran serpiente río de luz que no
tiene ni principio ni final.
Wirikuta es la cabeza iluminada llena de
plumas brillantes del águila real
que nació como serpiente en el mar y que fue
sembrando fertilidad en cada huella.1

Wirikuta tiene muchos nombres y una entrada. La puerta se nombra Wak+ri kitenie, la puerta del Hermano Mayor Tepehuán, el paso al quinto piso del altar-mundo, nuestro templo. Se extiende hacia el noreste, desde Mukuyu’awi hasta Re’u’unax+ en la cima del Cerro del Quemado, el lugar desde donde el sol emergió y se elevó hacia el cielo. Wirikuta es la cabeza con plumas de águila de una serpiente, cuyo cuerpo y cola se expanden hasta el mar Pacífico, Tatei Haramara, Nuestra Madre Mar. Este cuerpo se mantiene unido a través de una red de rutas y senderos que los wixaritari recorren continuamente, ya sea en grupos familiares o en grupos de peregrinos desde los diferentes centros ceremoniales de la Sierra Huichol, al sur de la Sierra Madre Occidental. La serpiente, sin principio ni fin, se activa cuando se le prenden las velas untadas de sangre sacrificial, fruto del sacrificio colectivo para sostener la vida. Esta tecnología poderosa que mantiene los ciclos atmosféricos se ha visto mermada: en Wirikuta ya no llueve como antes, dicen sus habitantes. Por ello, el Consejo Regional Wixárika convocó a representantes wixaritari (o huicholes) de los diferentes ejidos y comunidades en Nayarit, Jalisco y Durango, y en alianza con campesinos ejidatarios de Wirikuta de los municipios de Catorce, Charcas y Villa de Guadalupe, organizados bajo el Comité por el Cuidado y la Defensa del Agua y la Tierra de Catorce, emprendieron un trabajo conjunto para la renovación del mundo, en defensa de Wirikuta.
Este tipo de alianzas entre comunidades wixaritari y otros pueblos es un hecho extraordinario en la historia política wixárika. Actuar de manera concertada surge de la necesidad, del peso y la gravedad de las amenazas contra sus territorios políticos y rituales. Esta capacidad para concertar acciones como un solo pueblo, y de eventualmente dispersarse en comunidades autónomas, ha sido una fortaleza a lo largo de su historia. Por lo tanto, cuando se actúa en conjunto es porque las condiciones lo exigen. Y en la larga historia de cómo los mundos indígenas se han deshecho y rehecho, el diálogo y la diplomacia han sido las principales armas del pueblo wixárika. Lo que hoy piden al gobierno federal es “respeto a los sitios sagrados”:

Si no tenemos guaraches, si tenemos necesidades, eso no nos preocupa. Sabemos que si llueve bien, cuando cosechamos, ese es nuestro sustento, con eso nos conformamos. Cuando hay agua, cuando hay aire de calidad, eso es vida. El pueblo wixárika quiere que se le escuche, es momento que dialoguemos, que trabajemos en conjunto.2

Hace diez años, la unificación del pueblo wi­xárika en un solo corazón (expresión tomada de los cantos rituales), hizo posible defender Wirikuta de la minera canadiense First Majestic que amenazaba con extraer, contaminar y explotar sus suelos y sus aguas, amenaza contenida mediante el recurso de amparo, por lo cual se solicitó la cancelación definitiva de las concesiones mineras. Desde entonces, los proyectos que acechan Wirikuta se han multiplicado.

En busca de la manera de defender Wiriku­ta, en su primer canto, el mara’akame Ambrosio López Díaz recibió un primer mensaje de la Abuela Takutsi Nakawé: el trabajo junto con los habitantes de Wirikuta sería crucial para su supervivencia. En otro canto, en su segundo año de compromiso, y en la madrugada del 19 de marzo desde el Cerro del Quemado, hizo un llamado a “detenerse y observar”, a preguntarse “qué ha cambiado” y a hacer un trabajo de introspección del comportamiento propio. Este sería el inicio de un proceso de renovación, pues “hay mucho que restaurar”, ha dicho. Con su canto, abogó ante las deidades, pidiendo que se detengan un poco, que no sea tan fuerte la devastación, el desequilibrio:

Que llueva bien, que haya buena cosecha, que los animales no estén sufriendo con el aumento del calor, de cómo nos ha ido en la pandemia, pues todo va junto.

Desde la antropología, Alejandro Fujigaki, Suzane de Alencar e Indira Viana proponen pensar con los pueblos nuevas formas de ver y experimentar la crisis ecológica, en vista de que nuestros conocimientos no son suficientes para enfrentar las consecuencias del Antropoceno. Escriben:

Esta toma de conciencia de que estamos inmersos en la catástrofe (que no será la única ni la última) nos conduce a una nueva sensibilidad ecológica, una nueva atención que considere movernos más despacio.3

Wirikuta, jardín desertificado

La vida en Wirikuta ha tenido que adaptarse a diferentes catástrofes o fines de mundos. Los pueblos que la habitaron al momento de la conquista, conocidos en las fuentes como guachichiles, no solo fueron sometidos a través de las guerras chichimecas, con una duración de cincuenta años según la historiografía clásica, sino que fueron sujetos a procesos de violencia durante los 300 años de colonia, entre los cuales sufrieron la esclavización de miles de hombres, mujeres y niños. Sus formas de vida trashumantes fueron marginadas de la historia y de toda idea de humanidad. Los que sobrevivieron a este colapso lo hicieron a través del mestizaje con los nuevos migrantes tlaxcaltecas, otomíes o españoles que colonizaron estas tierras, y después de haber sido descritas como “yermas, áridas y baldías”, resultaron “muy fértiles y de muchas minas”.

Para cuando la minería en Real de Catorce cobró impulso durante el último cuarto del siglo XVIII, sus serranías estaban cubiertas de bosques frondosos. Transcurridos cincuenta años, alrededor de 1825, “no quedaba ni un árbol ni matorral”, relatan los cronistas. Los bosques entre Real de Catorce y Matehuala habían sido devastados por la minería. Junto con los bosques y la contaminación, poco a poco fueron disminuyendo o desapareciendo las poblaciones de lobo mexicano, de perro de las praderas de cola negra, de venado berrendo y de águilas reales, que recorrían estas tierras en abundancia. 

Según la historia oral, hasta la década de los años cuarenta del siglo XX, cuando las tierras de la hacienda de Santa Gertrudis, en Wirikuta, fueron repartidas entre sus peones y capataces, “se vivía bien” produciendo quesos, vendiendo una chiva, sembrando maíz de temporal, sacando el aguamiel, la talla del ixtle, la venta de especies forrajeras para los animales, el conocimiento de herbolaria y, de repente, con uno que otro venado cazado. Los campesinos de la región tienen el registro claro del momento en que estas condiciones empezaron a cambiar.

Una de las causas la atribuyen a la desaparición del nopal rastrero, crucial en la retención de los nutrientes necesarios para la vida de las especies perennes, que provocó una tremenda erosión. Esto no solo condujo a la desaparición del venado berrendo; desde entonces ya no hay verdaderos aguaceros y la gente se ha visto obligada a migrar a las ciudades más cercanas, como Monterrey, San Luis Potosí, y también a Estados Unidos. Además, cada vez vienen menos peregrinos náayerite (o coras), o’dam (o tepehuanes del sur), rarámuri (tarahumaras) y de otros pueblos amerindios, que antes sostenían vínculos de reciprocidad con esta tierra.

La idea de que los desiertos son áridos por la escasez de lluvias y, por ello, supuestamente pobres, es tan persistente que la llegada de empresas agroindustriales bajo modelos depredadores es difundida desde el aparato gubernamental como la única opción capaz de devolverle a la región su vida productiva y a sus habitantes la posibilidad de una mejora económica. Sobre esto, el pronunciamiento es contundente y, de modo conciliador, las comunidades piden que frenen su avance sobre Wirikuta:

Ni los negocios mineros, ni las tomateras, ni las granjas avícolas, ni los parques eólicos caben aquí porque necesitan desmontar el paisaje sagrado y agotar sus mantos acuíferos.

Demandan a cambio proyectos que regeneren: “soluciones saludables y pacíficas” para el buen vivir de sus habitantes.

Wirikuta, donde la regeneración de especies ocurre en subredes

A pesar de los embates y el saqueo, Wirikuta es parte de un territorio reconocido por ser una de las tres áreas semidesérticas biológicamente más ricas del planeta: el desierto chihuahuense. Su paisaje está lejos de ser pobre o uniforme, al contrario: se compone de regiones en las que los biólogos reconocen tipos de vegetación con características fisionómicas y ecológicas muy heterogéneas: planicies y cuencas endorreicas, barrancas y serranías con distintos tipos de vegetación xerófila (matorrales micrófilos, rosetófilos, crasicaules; mezquitales, izotales…), los pastizales y los bosques de pino-encino. En esta ecoregión con altos niveles de endemismos, se concentra más de la cuarta parte de las especies de cactáceas en el mundo.4

El paisaje árido y seco, comúnmente asociado a los desiertos “imaginados”, es un fenómeno reciente, si nos remitimos a los tiempos geológicos. El desierto mexicano es, según las investigaciones paleoecológicas, bastante joven. En el paso del Pleistoceno al Holoceno el paisaje se constituía de bosques templados con juníperos y encinos (hace diez mil años). El este del Cerro del Quemado, entre Matehuala y El Cedral, fue una zona de abundantes manantiales. Ahí se formaba una laguna a la que acudían tanto personas como animales, donde la investigación arqueológico-paleontológica coordinada por Lorena Mirambell y José Luis Lorenzo encontró evidencias de actividad humana hace 31 mil años. Este paisaje tan distinto ha sido confirmado gracias a las investigaciones recientes de la arqueozoóloga Norma Valentín Maldonado, quien, al excavar unos tres metros de profundidad, encontró abundantes micromoluscos propios de ambientes lacustres. Hasta hace unas décadas, grupos de peregrinos wixaritari iban a dejar ofrendas a los humedales desaparecidos de esta región.

Pero, a pesar de su juventud, la ecología ha encontrado que los desiertos también se componen de linajes de especies muy antiguas que se remontan al tránsito del Terciario al Cuaternario (hace alrededor de dos millones y medio de años); estas sobrevivieron gracias a los linajes recientes que les proveyeron nichos de regeneración sombreados y húmedos. 

Desde la ecología de la complejidad investigada por Alfonso Valiente, el estudio de las regiones áridas que llamamos “desiertos” ofrece indicios para entender dos asuntos que hoy nos son especialmente relevantes: cómo las especies han desarrollado diferentes soluciones al problema del uso y la economía del agua, y cómo han evolucionado estos sistemas y sobrevivido a cambios climáticos. Este conocimiento ha sido posible gracias al cuestionamiento de los paradigmas de la teoría clásica de la biología, como el método cartesiano, que presupone que el estudio de una parte es suficiente para entender el funcionamiento del todo, o el modelo de la depredación, privilegiado en la Teoría de la evolución. Desde una aproximación más holística, Valiente ha investigado otro tipo de interacciones bióticas, como el comensalismo y el mutualismo, en conclusión: “la facilitación es un mecanismo que preservó la biodiversidad”.5

Su estudio evidencia que en zonas áridas no hay una forma de vida predominante sobre las otras, sino que en estas impera una gran cantidad de bioformas, lo cual crea una serie de interacciones de mutuo beneficio entre seres vivos diversos —los productores de semilla, los polinizadores, los arbustos perennes que ofrecen sombra, las leguminosas y los hongos micorrízicos—; esas interacciones constatan que la regeneración de especies ocurre en subredes.

Wirikuta, lugar de acuerdos

Poco a poco se ha avanzado en los acuerdos. En 1994 se creó la Reserva Estatal del Paisaje Cultural denominado Huiricuta con 70 mil hectáreas que después se extendió a poco más de 140 mil hectáreas y la inclusión de la ruta de peregrinación hasta su límite con Zacatecas. En 2000 se la denominó Área Natur​al Protegida Sitio Sagrado Natural de “Wirikuta y la Ruta Histórico Cultural del Pueblo Wixárika”, y en 2004 fue inscrita en la Lista Indicativa mexicana de la Convención del Patrimonio Mundial. En 2015 se elaboró el expediente de Candidatura al Patrimonio Mundial “Ruta Huichol por los Sitios Sagrados a Huiricuta” para presentarlo a la UNESCO, donde se han propuesto quince polígonos para su conservación a lo largo de la ruta de peregrinación, desde el mar hasta el desierto.6

Que a Wirikuta le sea otorgada la mayor protección jurídica es uno de los objetivos de estos acuerdos, para con ello devolverle la fertilidad y abundancia que los wixaritari le reconocen y le cantan.

Si pensamos con las formas de vida en el desierto, Wirikuta abre la posibilidad de hacer algo nuevo, sin una fracción impuesta sobre las otras, para que cada especie se regenere como parte de una red o parche de vida, y en la que linajes antiguos de especies sean cobijados por nuevos linajes y viceversa. Desde mi perspectiva, la fuerza de la convocatoria del pueblo wixárika radica en su reconocimiento de la necesidad de establecer acuerdos entre seres diferentes, sabiéndose y pensándose diferentes. No es un llamado a tomarse todos de las manos, sino a actuar de manera coordinada por la renovación de nuestro mundo. La convocatoria lanzada a levantar altares espejo fue un primer paso: juntarse desde la casa propia, visualizar en colectivo, pensar-con en el acto creativo. Un primer paso en el detenerse y observar y movernos más despacio.

Notas

1. Pronunciamiento en voz de Citlali Carrillo Chino, presidenta de concertación agraria de Waut+a - San Sebastián Teponahuaxtlán, presidenta de mujeres de Tutsipa (Tuxpan de Bolaños) y de la Comisión Estatal de Derechos Humanos Jalisco, emitido el 19 de marzo de 2022 en la cima del Cerro del Quemado, Paritek+a, municipio de Catorce. Disponible aquí ↩

2. Minjares Valdez Bautista, Coordinador General del Consejo Regional Wixárika, conferencia impartida en la Escuela Nacional de Antropología e Historia el 21 de marzo del 2022. ↩

3. Alejandro Fujigaki, Suzane de Alencar e Indira Viana, “Por una antropología de la vida frente a la catástrofe ambiental”, Suplemento cultural El Tlacuache, INAH Morelos, 2022, p.5. ↩

4. Fondo Mundial para la Naturaleza, “El desierto chihuahuense”. Disponible en este link ↩

5. Alfonso Valiente, “La ecología y los desiertos en México”, Revista de la Universidad de México, septiembre 1995. Disponible aquí ↩

6. Tareas coordinadas por Conservación Humana A. C. tras acuerdos formales con autoridades tradicionales wixaritari, instituciones de gobierno, organismos internacionales, academia y sociedad civil, en las que he colaborado. Disponible en este link ↩

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